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miércoles, 16 de julio de 2008

Tocar la vejez

Ya lo decía Sainte-Beuve: "Envejecer es todavía el único medio que se ha encontrado para vivir mucho tiempo". Lo sabemos y, sin embargo, todos seguimos soñando con la Fuente de la Eterna Juventud: la cosmética, la dietética, la moda, la cirugía estética nos la prometen a diario con su resplandeciente publicidad juvenil. "El peligro de las arrugas" nos acecha, dicen. ¡Ah! Pero, ¿son un peligro las arrugas? ¿Cuántos viejos salen en los anuncios? ¿Cuántas series hay dedicadas a ellos (frente a las decenas de series protagonizados por jovencitos)? ¿Algún canal de los muchos digitales está dedicado específicamente a cuestiones de interés para ellos (frente a las decenas dedicadas a los jovencitos)? ¿Y la moda? De vez en cuando salta la noticia de que alguna marca se ha lanzado a diseñar tallas más allá de la 44, y esos desfiles de modelos (que, por supuesto, no pasan apenas de los 20 años) se muestran como una extravagancia. ¿Y la gente mayor? ¿Es que las personas de 60 o de 90 años no se visten, no compran ropa?

La vejez no vende, la vejez no es glamorosa, la vejez hay que esconderla, hacerla invisible

La vejez no vende, la vejez no es glamorosa, la vejez hay que esconderla, hacerla invisible. Lo más llamativo es que ya empieza a haber más viejos que jóvenes y que esa tendencia no hará sino aumentar en las próximas décadas. Por supuesto, todos queremos prolongar la vida (dar más años a la vida) sin renunciar a la calidad de vida (dar más vida a los años). Pero, ¿cómo se combina esa querencia con la invisibilidad de los mayores?

Estos días ha aparecido la noticia de que en Guipúzcoa está ocurriendo lo mismo que en otros sitios. A saber, que los geriátricos de la provincia no consiguen todo el personal que necesitan: faltan enfermeras y auxiliares de geriatría. No tienen más remedio que contratar cada vez más inmigrantes. ¿Por qué? Una razón fundamental es, sin duda, que las instituciones públicas no invierten dinero suficiente para que esos oficios se consideren dignamente pagados. A los auxiliares de geriatría les ocurre lo que a los auxiliares de guardería: ya les gustaría, ya, llegar al glorioso estatus de mileuristas. Sin embargo, entre estos últimos no escasean las vocaciones: por muy delicado que sea tratar con un grupo de niños de poca edad, siempre conlleva algo de alegría contagiarse de su energía, tocarles, olerles, convivir con sus potencialidades de vida.

Tocarles, he dicho. ¡Eso es algo que con los adultos hacemos tan poco! Vivimos y caminamos sin tocarnos, evitando el roce, como los coches entre sí; de lo contrario, nos disculpamos en seguida. Ser auxiliar de geriatría consiste en gran medida en tocar, tocar mucho y tocar bien: limpiar los cuerpos envejecidos, poner o cambiar pañales, dar cremas en pieles rugosas, coger la mano y escuchar. Convivir con los dolores físicos y psíquicos, ser testigo cotidiano de la decadencia y, en medio de todo ello, ayudar a que esos últimos años sean lo más dignos posibles, contribuir a que la memoria se mantenga viva, a que la curiosidad no se adormile, a que los sufrimientos no hagan indeseable seguir viviendo.

¿Por qué tan pocas vocaciones para un oficio tan necesario? Escondemos la vejez y la muerte como si fueran contagiosas, porque nos recuerdan que la juventud y la jovialidad que permanentemente se nos muestran como ideales de vida tienen fecha de caducidad. Sin embargo, más allá de la juventud o de sus apariencias hay una larga y hermosa vida para tocar y ser tocado...

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